viernes, 7 de noviembre de 2014

HISTORIA DE AMOR

Me quedé sentada esperando que llegaras. Tardabas y luego me enteré de que no vendrías. Luego, fijé mi atención en pequeños detalles, los rostros variopintos que conversaban, algunos reían, otros escuchaban lo que alguien proponía.

Estaba triste por no verte, por estar sola en esta noche calurosa, con esa temperatura que me incitaba a pensarte, a recordar las veces que nuestros roces terminaron en caricias apasionadas, donde tú, temblorosa, me pedías más sin que yo haya dejado de insistirle a tu piel que siga acalorada, húmeda, salada para que, llegado el momento, te abras a mí.

Esta vez te deseé más que nunca, al punto que, sin pensarlo, salí de la sala para llamarte. No demoraste en contestar, parecía que me esperabas cuando me hablaste usando un susurro sensual al pronunciar mi nombre. Mi corazón saltó de emoción, me excitaste al pedirme que vaya a buscarte, que estabas esperándome desde hacía rato y que me necesitabas con urgencia.

Salí disparada y casi sin despedirme de mis compañeros. Empecé a sudar como loca al imaginar tu vulva junto a la mía.

Nunca pensé que tendríamos algo. Jamás se cruzó por mi mente que ella, chica mucho menor que yo, que cambiaba de enamorados como de calzones, fuera a compartir una cama conmigo. Pero sucedió. Ni siquiera recuerdo cómo nos acercamos, solo sé que habíamos tomado mucho y que el alcohol relaja y desata a las personas, sobre todo a mí.

Estábamos solas en el bar. Su enamorado se había ido a conseguir cigarrillos porque solo habían mentolados. Entonces, ella empezó a sonreír y a mirarme fijamente. Le pregunté lo que pasaba y me dijo que quería saber por qué no me había casado. Así, de frente y sin titubear me lanzó la interrogante que hizo que tartamudeara al tratar de responder, mientras su risa competía con la música para resaltar en el lugar.

--Dime, pues --dijo con un tono pícaro, mientras dibujaba una sonrisa en su bello rostro--. Te juro que no le diré a nadie.

--¿Por qué? ¿Acaso es algo malo lo que te voy a contar? --Respondí con seguridad.

--¿Por qué te molestas? --Contestó, mientras hacía un puchero.

--No, no, no. No me molesto, solo que no me gusta que se burlen de mí.

--¿Burlar? No me burlo, mi risa es nerviosa.

Apenas terminó de decir esto, no pude contenerme y tomé su mano. Temblaba. Nos miramos y supe que estábamos conectadas. Ese día, más tarde, la llamé por teléfono y lo primero que hicimos fue reírnos como locas, no podíamos parar. Después, un silencio prolongado, producto de quedarnos absortas con nuestros pensamientos, inició lo que sería una locura de amor.

Nos veíamos todas las tardes, luego del trabajo, teníamos un hotelito al que siempre íbamos y donde siempre nos recibían atentos y sin ningún prejuicio; ya nos conocían. Eso duró poco, hasta que se deshizo del enamorado que tenía. Luego, eran todos los fines de semana que salíamos o al hotel o de viaje; íbamos a la sierra o a la costa, de acuerdo a la estación.

Hacer el amor era impredecible, como nosotras. Nos encantaba hacerlo en cualquier sitio menos en la cama, esta era para después, cuando a ella se le antojaba ver televisión y a mí pedir algo de comer para las dos, sin olvidar las copas de vino tinto. Éramos felices.

Sin embargo, no contamos con lo que se vendría...

No hay comentarios:

Publicar un comentario