viernes, 26 de julio de 2013

CALOR EN PLENO INVIERNO: ¿CUÁL ES LA RECETA?

Frío, delicioso frío. Nunca sentí tanto frío en Lima. Creo que somos muchos que pensamos lo mismo. Pero me encanta, y al mismo tiempo me hace recordar mi remedio contra él.

En las noches de invierno sé cómo apaciguar el frío; junto mi cuerpo contra el tuyo y luego empiezo a besarte desde tus ojos hasta tu vientre, allí se inicia el calor. Ahora, si mis manos se dedican a tocarte, abrazarte, estrujarte, el frío queda en segundo lugar y aparece ese fuego, esa respiración agitada, esa humedad del sudor.

Mi boca y mi lengua recorren cada espacio de tu ser, beso suavemente tu piel que crispada pide más de mí. Llego al ombligo, donde me quedo unos segundos más porque sé que eso te aloca, ya que estoy muy cerca a tu punto de éxtasis.

Tú te abres a mí, cual rosa de invierno. Exploro cada pliegue, cada parte de piel mojada y vibrante hasta llegar a esa parte dura, pequeña, pero la que más siente mi roce, mi lengua, mi boca, mis dientes y los besos que le doy.

Escucho tus gemidos, luego tus gritos que me exigen penetrarte. Me resbalo entre tus paredes húmedas y suaves, llego a lo profundo de tu ser que me espera, ansioso.

Siento cómo me aprietas, cómo me atrapas cual pez que ha cometido la imprudencia de meterse en la boca de una especie de animal hambriento. Percibo tus contracciones, cada vez más fuertes, esas que me hacen temblar de pasión por ti mientras escucho tus gemidos, tus gritos de excitación y placer, y entre ellos tu pedido: «Más, dame más».

Hasta que te quedas callada y de tu boca explota el último y más poderoso grito. Y luego, tu risa, esa risa que muchas veces se convierte en llanto embargado de emoción.

¿Y el frío? Fue rotundamente alejado, está en un rincón, y así se mantendrá hasta el amanecer.



No hay comentarios:

Publicar un comentario