lunes, 15 de julio de 2013

FUE BONITO AMARTE

Y llegaste tú

Me había quedado sola en casa, mis padres se fueron como todos los domingos de paseo y decidí no acompañarlos, tenía muchas cosas en la mente, tantas que prefería convivir con ellas, me sentía acompañada por ellas y no necesitaba ni tenía cabida en mí nada más.

Realmente era un pequeño gran problema que fueras casada, no había libertad de hacer nada mientras no pudiera vivir a tu lado, como antes, te extrañaba demasiado... y ese día confirmé lo que siempre supe: que tú también me extrañabas mucho, pues me dijiste que ibas a mi encuentro al saber que estaba sola.

Ya conocías la casa de mis padres, adonde había regresado para esperar el día en que te hicieras mujer libre, ese momento en que yo pudiera vivir nuevamente a tu lado. Nunca pensé que tu deseo de verme fuera tan grande. Llegaste muy rápido, habías tomado un taxi que te trajo en un santiamén a mis brazos.

Jamás te había sentido así, tan urgida de mí, tan voluptuosa, tan apasionada. Mientras te besaba te fui quitando la ropa, tu cuerpo y el mío se conocían a la perfección, eras tan suave y fuerte a la vez...

Nos amamos en la única cama de dos plazas de la casa, la de papá y mamá, luego nos quedamos en silencio, besándonos, me acariciabas con dulzura mientras me miraba en tus profundos y oscuros ojos. ¡Eras tan bella!

Estuvimos todo el día juntas, sin salir de la habitación, sin otro pensamiento que nuestro amor y la felicidad que nos embargaba, hasta que de pronto se escuchó el ruido de una llave que intentaba abrir la puerta principal. Eso nos volvió a la realidad.

Salté de la cama, y tú conmigo. Presurosa tratabas de encontrar tus zapatos mientras yo contestaba el grito de papá preguntando si estaba en casa, procurando hacerlo con la mayor calma y desinterés posible.

Mis ojos se fijaron en tu frente, de ella salían a borbotones grandes y gruesas gotas de sudor, me asusté por ti. Mientras yo bajaba de la cama y me calzaba, tú sostenías tus zapatos de taco medio en una mano, mientras casi corriendo caminabas delante mío.

Al llegar a la escalera te detuviste y volteaste a verme, tu rostro estaba pintado de angustia y tus ojos casi lloraban de susto. Te miré y traté de aquietar con un gesto. Casi al mismo tiempo bajé sonriendo a la fuerza y saludé a mis padres que estaban en la cocina. Con mitad de mi cuerpo en la sala hablaba con papá, desde arriba pudiste ver que con la mano te hacía señas para que bajaras.

Nunca supe cómo bajaste tan rápido y tan sigilosamente las escaleras. Recuerdo que luego de estar por unos segundos con mis padres salí a ver por la ventana si estabas bien. Me encontré con una escena que aún tengo en mi cabeza.

Ahí estabas tú, en medio de la quinta, caminando presurosa y sin mirar atrás hasta la avenida, donde doblaste para perderte de vista.

Cuando recuerdo ese gran amor inmediatamente me pregunto: ¿y dónde quedó? ¿Qué fue de él?, la verdad creo que sigue allí, está dormido porque tú lo has decidido así, porque todo indica que lo mejor es que esté así.

Muy dentro mío existe algo que se rebela contra ese final, una parte mía quiere luchar por revertir esa situación, por encontrar ese gran amor y no soltarlo jamás. Sé muy bien que es mi Yo soñador el que aún persiste, en ese momento siento que soy la mujer capaz de mover cielo y tierra por rescatar lo auténtico de ese gran amor, pero cuando vuelvo a la realidad inmediatamente me doy cuenta que choco contra un imposible, un recuerdo que solo será eso por siempre.

Sin embargo soy libre para pensarte, para caminar a tu lado, para sentarme y mirarte mientras trabajas durante las madrugadas, como antes, como siempre.

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