La playa y tu recuerdo
Allí estaba, amplia y llena de neblina, la Costa Verde que mostraba, por fin, después de mucho de iniciado el invierno, un aspecto brumoso. Las construcciones de Miraflores casi no se divisaban desde el malecón de Chorrillos, a la altura de la glorieta que veía, antaño, cuando salía al balcón del que fuera nuestro hogar.
Se respira el mismo aire de hace más de 20 años, salado y dulce a la vez. El malecón está muy descuidado y una parte de él ha cedido al poder erosivo de la brisa marina y el agua contenida en ella.
Me senté al frente, en una de las bancas de madera, al lado de la pequeña glorieta donde tiempo atrás vi cantar, por vez primera, a Susana Baca, esa hermosa mujer chorrillana, de piel caoba, de cuya voz y maneras me enamoré al instante.
La casa donde vivimos ya no está allí, en su lugar se alza esa construcción modernizada y vacía; casi siento la frialdad que le inyectaron sus dueños junto con varios miles de dólares.
Lo que permanece casi intacto es mi amor por ti, así te encuentres lejana y ausente. Nunca te olvido y siempre vivo una y otra vez tantos recuerdos que no siento la ausencia de los 30 años corridos bajo mis pies.
Igual, me siento igual que antaño, aunque un poco más sabia, más madura, más reposada, y con más amor por mí. Sí, eso sí.
No te llamo ya, pero he hallado un modo de expresarte lo que siento y lo que vivo, de vez en cuando, sobre todo en momentos en los que no tengo al lado a alguien merecedor de mi confianza para compartir las experiencias, buenas y malas.
No sufro ni me siento mal, ni tampoco pienso que es un consuelo de tonta hablar así contigo, no. Creo que es una oportunidad de lujo para reconocernos, para reencontrarnos sin tanto dolor, y sintiendo una mayor cercanía que en los últimos años vividos juntas.
Cada una experimenta hoy nuevas realidades, rodeadas de gente distinta a la de antes, en su mayoría; aunque sigamos siendo las mismas. Tengo un nuevo trabajo que quizás intuyas cuando escribo para ti.
Mientras oigo sonar la licuadora que tritura maracuyá puedo verte en tu cocina, esa que fue mía también. Caminas hacia la sala, donde tienes tus máquinas, esas que nunca fueron mías. Quizás vayas a cortar una pieza de tela, mientras escuchas música y silbas a su compás.
Otro cambio fue que aprendí a dormir sin ti, después de varios años de intentarlo, pero, a veces, cuando la nostalgia se mezcla con la medicina que no hace efecto y el sueño tarda, me gusta imaginarte pegada a mi lado mientras te arrullas moviendo el pie repetidamente.
Son formas que tengo de vivir, no te enojes, simplemente es esa otra mujer la que me acompaña, me abraza, duerme junto a mí, y conversa conmigo a través de mis escritos.
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