Bueno... he llegado
a la conclusión de que sigo siendo la misma, que detrás de ese ligero caparazón
en el que me envolví y que pensé que era muy grueso y duro, está la mujer —¿o niña?— de siempre,
esa que cree que todo es color rosa, esa que insiste en que los cuentos de
hadas son una realidad, esa que confía ciegamente en la gente que dice ser
amiga.
Sí, la que siempre dice la verdad y nunca calcula que no
es «diplomático», o que puede ser el «guante» que le calza a la perfección a su
oyente. Bueno, no me siento culpable, ¿será porque sigo la línea que considero
correcta o porque abro conciencias que saben que se desviaron de ella? No lo
sé, solo puedo imaginar o sacar conclusiones siguiendo como pista las
reacciones y las mentiras que se pueden fabricar de un momento a otro.
La verdad, duele un poco, pero al rato sopeso la
situación y decido, sin mucho qué pensar, que gracias a Dios no dependo de
nadie ni nada, que ya la que siempre necesitó compañía para ser feliz ha
muerto. Eso sí lo tengo bien claro. Es cierto que, como ser humano, necesite,
de vez en cuando, socializar, pero no pago ningún precio que pueda afectar mi
integridad, eso sí que no.
Gozo cuando veo una buena película, o escucho una
maravilla de música, o puedo catar la delicia de un vino tinto generoso. ¿Qué
más puedo agradecer? La paz de un
domingo; las llamadas de alguna buena amiga que no veo siempre, pero que sé que
está allí y me llama porque es sincera, tanto como su cariño; los hermanos que
quiero, pero que no siempre comprendo ni ellos a mí; la madre que nunca deja de
estar a mi lado y con la que peleo, muchas veces, porque es muy distinta a mí,
pero que comparte conmigo muchos gustos y opiniones, es, en realidad, la
persona que me ama sin reparos, sin condiciones. Todo eso me hace muy feliz,
tanto que me considero la mujer más afortunada del universo.
Realmente soy feliz, pero cuando salgo de ese mundo, mi
mundo maravilloso, me topo con situaciones y personas que, aunque no sea su
intención, me bajan de él y me dicen al oído que nada ha cambiado.
Sé que es importante que eso me pase, y agradezco a Dios
que sucedan estas cosas porque son parte de mi aprendizaje en este mundo.
Es como el ying y el yang, el mundo no solo es color
rosa, está matizado por nubes oscuras y lluvia. Y eso no debo olvidarlo.
Gracias, Amigo, por seguir tallando en mí. Gracias.
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