Uno, dos, tres, quince, diecisiete días en coma; pero tú tienes varios años ya. ¿Será que no quieres alejarte del placer? ¿Es que te gusta más cantar por allá? Es que puedes hablar sin palabras, sentir esa paz que acá, en este mundo, no se siente ni se sentirá nunca. Cuando lo recuerdo entiendo perfectamente que despertar es muy difícil. Nadie quiere despertar. Solo yo, Gustavo, solo yo quise hacerlo por ella.
¿Te tomaste la Soda y te encantó tanto que prefieres estar allá? Solo Dios sabe que también me gustó mucho, pero por la loca pasión lo dejé todo y cuando quise regresar ya era demasiado tarde. Lloré mucho, maldije bastante esperando revertir todo para volver... ¿a estar en coma? Llámalo de esa forma o como quieras, lo que sé es que nunca me sentí tan bien, tan libre, tan ligera, tan bendecida.
Me encanta tu música, esa que cantabas con tu grupo. Todavía tienes muchos fanáticos que esperan tu despertar, que esperan tu vuelta a este mundo. Si supieran... si supieran no te desearían tanto mal, simplemente les bastaría contemplarte, ver tu cara de niño feliz. Así sabrían que Cerati está mejor que nunca, cantando lo mejor de su repertorio a un auditorio del que recibe el mejor premio: la felicidad.
Con el tiempo, el mundo se encargó de borrar mis vívidos recuerdos de esos días que me parecen años; con el trascurrir de la vida casi ya no tengo nada impreso en mi alma, la enorme sensación de placer se alejó para ya no volver. Por eso puedo seguir caminando en este mundo, porque si la tuviera todavía conmigo hace rato que estaría desquiciada por volver a su lado.
Sin embargo, puedo decir que soy feliz, que por fin encontré el sosiego, la tranquilidad de vida que me hacía falta. Aprendí a ser feliz conmigo misma, a quererme, a disfrutar sin compañía un almuerzo, una película, un paseo. Cada día doy gracias por vivir, por no tener que estar en una amplia habitación atestada de camas con pacientes que gimen o que tratan de dormir a pesar de la luz encendida las 24 horas y los gritos de dolor del vecino. Agradezco porque mi cuerpo funciona, por no haber perdido ninguna de mis facultades a pesar de lo grave que estuve hace ya tiempo.
Desde aquí hago un brindis por todos los Ceratis del mundo, por sus familiares y amigos, para que comprendan que no se sufre. Recuerdo que luego de dos meses volví a la universidad y me encontré con una compañera de clase. No olvido la inmensidad de sus ojos al verme ni sus palabras: «No puedo creer lo bien que estás. No te imaginas cómo te vi en la clínica, estabas conectada a muchos cables y de tu traqueostomía salía mucho catarro. Parecías dormida y tu mamá te había puesto los auriculares por donde salía tu música favorita con el afán que despertaras. Cómo sufrías, te quejabas mucho».
No recuerdo dolores, no recuerdo malestar. Puede que me haya quejado, pero no sentí nada. Cuando desperté era como regresar de un viaje muy largo, eran décadas que pesaban sobre mi espalda. Cuando bajé al primer piso de mi casa lo sentí nuevo, lo vi con ojos de alguien que llega de un naufragio que duró cincuenta años.
Vamos, no vuelvas, no despiertes a lo que es este mundo. Ahora estás muy bien, sin preocupaciones, sin nada que te atormente. Tu espíritu disfruta sin cadenas.
Suerte que tienes, Gustavo.
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